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A cada instante, somos veedores de la realidad desde una óptica única y personal. Miles de situaciones se suceden a cada instante, se suman y multiplican ante nuestros ojos. Muy pocas cosas de éstas solemos recordar, salvo cuando la situación sale de “lo normal” o la trascendencia de la visión lo imprime con fuerzas en nuestra memoria, conciencia y/o corazón.

Suelen ser situaciones tiernas; emocionantes; delirantes; trágicas. De ternura; amor; odio; salvajismo. Sucesos naturales o provocados. De vida o de muerte.

Y allí estamos nosotros, los seres humanos, veedores circunstanciales, sorprendidos; o disfrutando o sufriendo ante ello. Cada uno a su manera ve, hoye y palpa cada visión.

Somos testigos!

¿Y cuál es nuestra actitud ante cada hecho cercano que nos tiene como protagonistas activos o pasivos?

¿Qué emociones y sentimientos nos invaden en ese momento?

¿Qué protagonismo le infundimos a la situación?

¿Nos comprometemos decididamente a ayudar; colaborar; socorrer; alentar; curar; liberar; impedir agresiones; sufrimientos, vejámenes; injusticias; ofensas…? Y por sobre todas las cosas y ante nuestro circunstancial rol de testigos… somos capaces de dar testimonio?

¿Y en caso de no callar, somos veraces o mentirosos? ¿Priman intereses propios o ajenos al testificar, sobre todo al falsear lo visto o escuchado?

¿Nos beneficiamos al incurrir en una falacia que beneficie al culpable y perjudique al inocente?

Al dar testimonio como testigos, nos estamos salvando o condenando, pero no ante un eventual curioso interlocutor o ante un juez humano. Lo estamos haciendo ante el propio Dios.

Ante esto, cabe analizar la situación tan particular de la existencia de Jesús desde su nacimiento hasta el santo Calvario; Muerte y Resurrección, poniéndonos nosotros mismos como testigos circunstanciales; activos o pasivos de diferentes situaciones vinculadas a Él.

Sometámonos nosotros mismos a la prueba de estar allí y descubrir cuál hubiera sido nuestra reacción ante el paso glorioso del Hijo de Dios por el mundo sanando; expulsando demonios y dando a conocer el Reino de los Cielos. Haciendo prodigios con la fuerza de su divinidad.

¿Hubiéramos escuchado a los Profetas que lo anunciaban? ¿Hubiéramos creído en ellos? ¿Nos hubiéramos emocionado pensando en poder conocer al Salvador, siendo contemporáneos a Él?

¿Hubiéramos asistido al nacimiento en el Portal de Belén? ¿Como Rey Mago? ¿Cómo pastores? ¿Cómo dueños de la fonda que negó alojamiento a María y José, con un Niño por nacer?

¿Qué opinión nos merecería la actitud de cada uno de ellos? Ante María, El Niño; José; gente; reyes; pastores y fondero?

¿Ante las persecuciones a la Sagrada Familia; su huida a Egipto; su regreso a Tierra Santa; los prodigios de un niño al que el mundo consideraba hijo de un artesano carpintero, pero en verdad era Dios encarnado; El Mesías anunciado; cuál hubiese sido nuestra postura? ¿Solidaria? ¿Crítica? Misericordiosa? ¿Indiferente?

Estar en las bodas de Caná, beber del agua convertida en exquisito vino; escuchar las enseñanzas de Jesús, comer de los panes y peces multiplicados. Ser un niño al que El Cristo le impuso manos. Ser el ciego o el paralítico sanados; ser la pecadora salvada del linchamiento popular; ser amigo de Jesús como Lázaro o sus hermanas. Ser resucitado o curado por Él.

Ser dueño del burro retirado por los Apóstoles para la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén.

Ser uno en la multitud que lo ovacionaba. Ser nombrado en mi triste condición de pecador como Zaqueo y beneficiario a la salvación gratuita y misericordiosa.

Ser uno de sus llamados, ser su Apóstol, ¿santo o traidor? Acompañarlo en la barca. Verlo caminar sobre las aguas. Estar en el Monte de Los Olivos. Participar en la mesa de su Última Cena. Compartir su Pan y su Vino. Presenciar su arresto, el juicio, la sentencia injusta; su diálogo con Pilatos, todo su calvario; ser uno más en el gentío y ver cómo lo flagelaban, le ponían la corona de espinas, lo escupían, lo ridiculizaban, le cargaban su propia Cruz al hombro.

¿Cómo hubiéramos reaccionado ante su tremendo Calvario? Nos hubiéramos reído de Él o compadecido? Hubiéramos sido como El Cirineo, que al principio se burlaba de Él y luego terminó llevando la Cruz del Salvador con respeto y dignidad?

Hubiéramos creído en el milagro ante Verónica? Seríamos capaces de querer ayudar a Jesús en cada una de sus caídas? ¿Alentaríamos a sus verdugos a azotarlo con más fuerzas y brutalidad?

¿Presenciaríamos pasivamente el despojo de sus vestiduras y el sorteo de su manto?

¿Nos dolerían los clavos al traspasar la Carne sin pecado? ¿Nos lastimaría verlo beber hiel y vinagre? ¿Hubiéramos querido evitar el lanzazo de Longinos al Corazón de Jesucristo? Viendo a su santa Madre Inmaculada y su sufrimiento... ¿Nos compadeceríamos de ella; la abrazaríamos a nuestro corazón en su desgarrador dolor supremo?

¿Y si hubiéramos sido acusadores de Jesús; o quienes a viva voz su muerte; o si fuéramos el Sumo Sacerdote, o testigo falso; o Pilatos; o el armador de La Cruz; o quién le aplicara algunos de los 5480 latigazos recibidos; o los soldados que lo robaron, lo escupieron, lo azotaron en sus caídas, lo clavaron a la Cruz; se burlaban de Él; o Longinos que lo apuñaló con su lanza…

Pongámonos en las distintas situaciones de ser uno más del pueblo que observa… o ser uno de aquellos que atentaban contra Él!

En verdad, si hubiéramos vivido o presenciado alguna de esas innumerables circunstancias como actores directos o no; en forma activa o pasiva… es digno preguntarnos con absoluta sinceridad, cuál hubiera sido nuestro rol.

Pero mucho mas importante, es saber cómo hubiéramos actuado luego de cada vivencia, desde el rol, la responsabilidad o el protagonismo que Dios hubiera dispuesto para nosotros, en cada una de ellas; como simples y trascendentes ¡TESTIGOS!

Cuál fue el testimonio posterior de cada uno de ellos ante lo vivido?

¿Fue verás? ¿Falaz? ¿Lo callaron? ¿Por qué?

¿Salieron corriendo como María Magdalena, gritando haber visto al Salvador vivo y resucitado, dando testimonio fiel de su visión y la realidad vívida? ¿Los que la escucharon, creyeron como Juan y Pedro ó no se dejaron convencer en un principio como Tomás?

¿Al ser interrogados, todos ellos, y digo TODOS ELLOS desde María al ser consultada por el Arcángel San Gabriel, el enviado del Padre; hasta quienes observaron la Ascensión gloriosa de Cristo a los Cielos en Cuerpo y Alma,… qué Testimonio dieron a los demás y a la historia; ante Dios y ante los hombres?

¿Cuál sería nuestro personal testimonio como testigos presenciales, activos o pasivos de cada una de esas circunstancias y vivencias o de alguna de ellas que nos hubiera sido posible vivir?

¿Dios castigó a los testigos impávidos e inertes que en nada se conmovieron ante la tragedia de su Hijo El Cristo? Castigó a los que dieron un testimonio justificando su sufrimiento y martirio por “Blasfemar” al decir que Él era verdaderamente Dios e Hijo de Dios?

El Padre premió a los que se conmovieron y amaron a Jesús en sus vicisitudes?

¿Como el soldado Longinos quien a la vera de la Santa Cruz hunde sin fe, su lanza romana en el costado del Crucificado hasta herir su Sagrado Corazón para luego de ser salpicado por la Sangre y el Agua que de él emana, recobra su visión muy disminuida para declarar en un grito: “Verdaderamente este es Hijo de Dios!”

Sea cual fuera nuestra actitud y relevancia en aquellas circunstancias, hubiéramos descreído de la Divinidad de Jesús? Hubiéramos reafirmado nuestra fe? ¿Hubiéramos empezado a creer en Él hasta dar la vida antes que renunciar a dar ese testimonio santo y veraz, como lo hizo el propio Soldado Romano?

Ante los íntimos, ante los vecinos; ante los gobernantes; ante los jueces; ante la historia… que hubiéramos dicho? ¿Cuál nuestro testimonio? ¿Ocultando verdades; señalando mentiras, cobrando por mentir o callar…?

¿Hubiéramos señalado como culpables de esas atrocidades contra Jesús, a nuestros amigos o enemigos o familiares o vecinos…?

¿Cuál nuestra actitud y cual nuestro testimonio?

Hoy, a cada instante vivimos circunstancias que nos hacen testigos de diferentes realidades en forma activa o pasiva, pero absolutamente comprometida con la verdad. Verdad a gritar; callar u ocultar.

¿Y cuál es nuestra postura posterior ante los hechos, es decir a la hora de contar, de dar testimonio de lo vivido, ante Dios y ante los demás?

Es bueno experimentar este examen a lo más recóndito de nuestra conciencia para santificarla y a los rincones más obscuros de nuestro ser, para iluminarlos con la Luz de Cristo; es decir, asumiendo el compromiso absoluto por El Camino; La Verdad y La Vida que en Él se conjugan.

Asumamos la trascendencia de ¡Ser Testigo!

Mario de Jesús.

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