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Testimonio Personal

El 3 de marzo de 2003, terminé la novena a la Divina Misericordia pidiendo con la mayor humildad, los dones o carismas que el Señor quisiera donarme para poder servirlo con lealtad y amor.

El Señor siempre escucha nuestros ruegos. Y siempre nos responde. No siempre de la manera que deseamos. Hay veces, que pedimos cosas que El Señor; como un buen padre lo hace, no siempre nos lo concede.

Porque cuando un padre niega las llaves del auto al hijo que las pide, sabe que está cuidándolo y evitándole una posible segura circunstancia que lamentar. No lo niega por “malo”, sino por responsable y como fruto de un amor entrañable a su hijo, para el que sólo aspira lo mejor. Nuestra inmadurez en la Fe, a veces nos lleva a creer que podemos administrar dones, cuando quizá en verdad, traicionados por nuestra vulgaridad humana, solo estamos demostrando avidez de privilegios o protagonismo. El Señor que lee los corazones y que nunca juzga los resultados, sino las intensiones; sabe cuándo debe decir que si y cuándo debe decir que no.

A la madrugada, viví una experiencia extraordinaria.

Sentía la presencia en espíritu pero esta vez sin ver su santa imagen, es decir con los ojos cerrados, (los orgánicos y los del alma) que alguien, y luego confirmaría quién, me tomaba amorosamente de las manos.

Yo me entregaba en espíritu a su singular presencia y a pesar de no verlo, pues en evidencia no me estaba concedido, era Jesús. La íntima certeza que nace del corazón con una confirmación plena y absoluta.

Pedí liberar mi mano derecha de sus manos, para persignarme. Se me da a entender que no hacía falta. Pero ante esta respuesta, una duda me invadió, sabiendo que el Satanás suele disfrazarse de ángel de luz. Decidí decir: “Si tu eres Mi Señor, me permitirás persignarme honrando a la Santísima Trinidad… sino tú no eres Mi Señor.”

Entonces yo pude muy lentamente persignarme nombrando la Divina Trilogía; y luego desperté.

Abrí los ojos; los orgánicos y los del alma; y confirmé estar de la manera que creía estar.

Yo estaba sentado en la cama con las manos extendidas hacia Él, y en un óvalo que se mantenía pendiente en el espacio, vi unas manos llevando una copa o cáliz de oro, con un ornamento rojo púrpura y jade; su manto exquisitamente ornamentado con brillantes y reflejos difícil de explicar desde mi humilde condición humana, pero absolutamente maravilloso.

Sólo una parte minúscula de un gran todo vi como si fuera una pantalla que flotaba anunciándome el Capítulo 17 del Apocalipsis.

“La Prostituta en su hora de máximo fulgor; dispuesta de mostrarse al mundo con todo su esplendor.” En mi concepto, muy personal y particular por cierto; considero la figura de esa mujer con la llama en la mano de cara a un mundo al que somete de mil maneras diferentes, hasta esclavizándolo; madre de todos los vicios y símbolo inequívoco de la prostitución, corrupción y perdición humana; es la prostituta denunciada en ese Libro Sagrado y en la visión del Apóstol Juan. Ya he escrito con posterioridad a esta visión, sobre la Marca de La Bestia, justamente otro hijo engendrado en su vientre demoníaco comúnmente llamado “Código de Barras” sello Muy Sutil” sin el que no podemos comprar ni vender, y que seguramente los que se pierdan, se dejarán marcar en la frente o en su mano derecha. (Ver este trabajo aparte)

Luego de consumado el ataque estadounidense a Irak, comprendí la visión y la Gracia del Señor, al concederme un mensaje sobre lo que pasaría y su significado real, del que la humanidad debe extender acuse de recibo.

Alabo al Señor, Mi Señor. A la Santísima Trinidad en su indisoluble Unidad Divina. Y venero y con todas las fuerzas de mi corazón, a la santísima Inmaculada, Mi Madre espiritual, María reina de Cielo y Ángeles, con el sentimiento más sano; puro e inconmensurable que le profeso por Gracia de Dios. Porque Jesús, al darnos justamente en la persona de Juan, a su Madre al pié de la santa Cruz como nuestra Madre, es un privilegio que valoro; agradezco y asumo con todo mi espíritu, alma y corazón.

Mario de Jesús.

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